Esta película la dirige Naoko Yamada, una de las voces más representativas de la Kyoto Animation, que quiere plantar cara a los míticos estudios Ghibli de Hayao Mizayaki
La cinematografía japonesa, igual que la china y la coreana, continúa
siendo profundamente machista y no son muchos los nombres de mujeres
que podemos encontrar en el seno de su industria: Exactamente solo 20 de
los 550 miembros que componen el Directors Guild of Japan,
es decir, el 3,5 %. Pero si esta deficiencia ya resulta alarmante en el
sector convencional de la imagen real, la brecha continúa siendo
todavía más abismal en el campo de la animación, donde la nómina de
directoras al frente de proyectos de una cierta envergadura, tanto en
cine como en series de televisión, resulta ridícula (16 títulos en 2013
de un total aproximado de 150).
El problema se acentúa cuando esta mirada sexista se traslada a las películas que consumen los niños trasmitiendo un mensaje retrógrado en torno a las relaciones entre hombres y mujeres que no hacen sino perpetuar las reglas del sistema patriarcal al que todavía se encuentran todavía supeditados.
La mentalidad nipona (en un ranking de 145 países Japón se sitúa en
el 101 en lo que se refiere a igualdad de género) se rebela en
comentarios como el que hizo el productor del mítico Studio Ghibli,
Yoshiaki Nishimura a la publicación The Guardian a propósito del estreno de El recuerdo de Marnie
(2014) cuando se le preguntó por qué no contrataban a una mujer para
dirigir una de sus películas. Su respuesta fue que jamás harían tal
cosa, porque las mujeres están incapacitadas para la fantasía. En el
pasado Festival de San Sebastián, cuando le preguntamos al director de FireWorks (2017)
que nos hablara de la protagonista de la película, la simplificó
diciendo que “quería que fuera sexy e inocente y enseñara las piernas
con una faldita”.
Afortunadamente una nueva generación de mujeres directoras comienza a tomar el relevo intentando hacerse un hueco dentro de este sistema blindado masculino. La única pega, que en la mayoría de los casos se vean obligadas a perpetuar los estereotipos incrustados en el imaginario colectivo en lo que se refiere a la representación de la mujer como objeto.
La mayoría van poco a poco alcanzando reconocimiento a través de esa escuela incombustible y efervescente que es la televisión, mientras que el salto al largometraje continúa siendo muy complicado, aunque hay títulos recientes como Las vacaciones de Jesús y Buda, de Noriko Takao (2013) que se convierten en la excepción a la regla.
Ahora se estrena Una voz silenciosa y en su
elaboración se da una triple circunstancia nada habitual: está escrita,
producida y dirigida por mujeres. Se trata de la adaptación del manga
de Yoshitoki Ōima que ha llevado a cabo la prestigiosa escritora Reiko
Yoshida; está dirigida por Naoko Yamada, una de las voces más
representativas de la Kyoto Animation para la que ya había trabajado en la exitosa K-ON! (2011) y en el largometraje Tamako Love Story (2014); y entre las fundadoras de esta joven compañía dispuesta a plantarle cara a Ghibli o Madhouse, se encuentra Yoko Hachida.
Esta conjunción de personalidades femeninas seguramente tiene mucho que ver con la delicadeza con la que la película se aproxima a un tema tan controvertido y proclive al sensacionalismo y la simplificación como es el acoso escolar.
La película adopta el punto de vista de un adolescente, Shôya, que fue un acosador durante su etapa escolar, algo que ha terminado marcándolo para siempre. Aunque ha aprendido la lección, el peso de la culpa lo acompaña a diario. Es incapaz de mirar a los ojos a sus nuevos compañeros (sus caras están tapadas por una equis) e incluso ha intentado suicidarse. Todos los días se pregunta por qué se dedicó a humillar sistemáticamente a la pequeña Shoko Nishimiya, cuya discapacidad auditiva la condenó a convertirse en el centro de las burlas durante toda su infancia.
La película consigue adentrarse de una manera muy precisa en la
fragilidad de una serie de personajes que sufren y se hacen daño, que
pasan por un sinfín de sentimientos contradictorios que tienen que ver
con la necesidad desesperada de encajar dentro de ese sistema social en
miniatura que es al fin y al cabo un aula de colegio. Un espacio en el
que se repiten los peores patrones de conducta de los adultos, en el que
ya se ponen de manifiesto las diferencias sociales y en el que rige la
ley del más fuerte.
Todos los personajes que aparecen son en realidad víctimas, unos de sí mismos, otros de la incomprensión que generan a su alrededor. Se culpan, se atormentan y eso no hace sino abocarlos a una espiral de reproches, rechazo y frustración.
El cine japonés siempre ha sido especialmente sensible a la hora de retratar el aislamiento y la crueldad adolescente, el sentimiento de vulnerabilidad e incomprensión durante esta etapa vital llena de confusión y rabia. Lo hemos visto en películas tan desgarradoras como Todo sobre Lily o Confessions. Y en ese sentido, Una voz silenciosa se integra dentro de la nómina de grandes películas que son capaces de introducirse en el subconsciente juvenil describiendo todas sus contradicciones, esas que nos llevan desde la pureza y la inocencia hasta el despertar de los peores instintos que conducen a la violencia y el sometimiento.
En Una voz silenciosa no encontramos elementos fantásticos como en Your Name o FireWorks.
Pero no porque las mujeres responsables de la película no tengan
capacidad para inventar viajes en el tiempo o amores en líneas
temporales distintas, sino porque en esta ocasión han decidido centrar
el foco de atención en una problemática, el bullying,
que define de alguna manera el rumbo de nuestra sociedad a través de un
preocupante fomento del odio. Eso no quiere decir que no nos
encontremos ante una película que exude imaginación visual y poderío
creativo al más alto nivel y que además se toma la molestia de alejarse
de los parámetros del cine naturalista para configurar a su alrededor un
universo propio, como también ocurría en las películas de imagen real
de Shunji Iwai y Tetsuya Nakashima.
Una voz silenciosa es al mismo tiempo tan dolorosa como emocionante. Es capaz de hablar de temas muy complejos sin renunciar a la controversia que puedan suscitar, introduciéndose en los pliegues de los personajes evitando que sus conductas caigan en el maniqueísmo, de forma valiente y sincera. No se compadece de sus seres, tampoco los juzga, no esconde sus contradicciones y ambigüedades. Y lo más importante, abre nuevos caminos para el anime, se aleja de los convencionalismos y afronta nuevos retos sin por ello dejar de ser apto para todo tipo de audiencias.
El problema se acentúa cuando esta mirada sexista se traslada a las películas que consumen los niños trasmitiendo un mensaje retrógrado en torno a las relaciones entre hombres y mujeres que no hacen sino perpetuar las reglas del sistema patriarcal al que todavía se encuentran todavía supeditados.
"La brecha continúa siendo todavía más abismal en el campo de la animación, donde la nómina de directoras al frente de proyectos de una cierta envergadura, tanto en cine como en series de televisión, resulta ridícula (16 títulos en 2013 de un total aproximado de 150)"
Afortunadamente una nueva generación de mujeres directoras comienza a tomar el relevo intentando hacerse un hueco dentro de este sistema blindado masculino. La única pega, que en la mayoría de los casos se vean obligadas a perpetuar los estereotipos incrustados en el imaginario colectivo en lo que se refiere a la representación de la mujer como objeto.
La mayoría van poco a poco alcanzando reconocimiento a través de esa escuela incombustible y efervescente que es la televisión, mientras que el salto al largometraje continúa siendo muy complicado, aunque hay títulos recientes como Las vacaciones de Jesús y Buda, de Noriko Takao (2013) que se convierten en la excepción a la regla.
Esta conjunción de personalidades femeninas seguramente tiene mucho que ver con la delicadeza con la que la película se aproxima a un tema tan controvertido y proclive al sensacionalismo y la simplificación como es el acoso escolar.
La película adopta el punto de vista de un adolescente, Shôya, que fue un acosador durante su etapa escolar, algo que ha terminado marcándolo para siempre. Aunque ha aprendido la lección, el peso de la culpa lo acompaña a diario. Es incapaz de mirar a los ojos a sus nuevos compañeros (sus caras están tapadas por una equis) e incluso ha intentado suicidarse. Todos los días se pregunta por qué se dedicó a humillar sistemáticamente a la pequeña Shoko Nishimiya, cuya discapacidad auditiva la condenó a convertirse en el centro de las burlas durante toda su infancia.
Todos los personajes que aparecen son en realidad víctimas, unos de sí mismos, otros de la incomprensión que generan a su alrededor. Se culpan, se atormentan y eso no hace sino abocarlos a una espiral de reproches, rechazo y frustración.
El cine japonés siempre ha sido especialmente sensible a la hora de retratar el aislamiento y la crueldad adolescente, el sentimiento de vulnerabilidad e incomprensión durante esta etapa vital llena de confusión y rabia. Lo hemos visto en películas tan desgarradoras como Todo sobre Lily o Confessions. Y en ese sentido, Una voz silenciosa se integra dentro de la nómina de grandes películas que son capaces de introducirse en el subconsciente juvenil describiendo todas sus contradicciones, esas que nos llevan desde la pureza y la inocencia hasta el despertar de los peores instintos que conducen a la violencia y el sometimiento.
"Se integra dentro de la nómina de grandes películas que son capaces de introducirse en el subconsciente juvenil describiendo todas sus contradicciones, esas que nos llevan desde la pureza y la inocencia hasta el despertar de los peores instintos"
Una voz silenciosa es al mismo tiempo tan dolorosa como emocionante. Es capaz de hablar de temas muy complejos sin renunciar a la controversia que puedan suscitar, introduciéndose en los pliegues de los personajes evitando que sus conductas caigan en el maniqueísmo, de forma valiente y sincera. No se compadece de sus seres, tampoco los juzga, no esconde sus contradicciones y ambigüedades. Y lo más importante, abre nuevos caminos para el anime, se aleja de los convencionalismos y afronta nuevos retos sin por ello dejar de ser apto para todo tipo de audiencias.
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