¿Por qué las cartas estelares usadas en las misiones Apolo contenían tres estrellas con nombres que no eran de estrellas?
En ingeniería aeroespacial, la Navegación es la técnica, y el arte,
de conocer la posición, la velocidad y la orientación de una nave en el
espacio. En las misiones lunares Apolo, una vez que la nave se alejaba
de la Tierra, su posición y velocidad eran estimadas en primera opción a
partir de las precisas medidas hechas desde la Tierra por la red de
espacio profundo, formada por tres complejos de grandes antenas
parabólicas que desde Goldstone, en California; Canberra, en Australia; y
desde Fresnedillas y Robledo de Chavela, en la provincia de Madrid,
podían establecer una comunicación continuada con las naves según giraba
la Tierra al estar emplazados los tres complejos en el mundo con una
separación aproximada entre ellos de un tercio del perímetro del
planeta.
El análisis Doppler del corrimiento en frecuencia de las señales
enviadas a la Tierra por las naves daba una medida de sus velocidades en
el espacio mientras que la distancia se podía conocer a partir del
tiempo transcurrido desde que un código determinado dentro de una señal
era enviado y recibido. Sin embargo, si el sistema de comunicaciones de
la nave se viniera abajo durante una misión, la computadora de a bordo
no podría ser actualizada con los datos relativos a su posición y
velocidad determinados desde tierra. Por este motivo, uno de los
requisitos del programa Apolo fue dotar a la tripulación con las
capacidades necesarias para poder asegurar su regreso en caso de que las
comunicaciones quedaran impedidas.
Por otra parte, no bastaba con conocer la posición y la velocidad
para llevar a cabo las maniobras necesarias en una misión o para poder
regresar sino que había también que poder determinar la orientación de
la nave en el espacio ya que cualquiera que fuese la maniobra
propulsora a ejecutar, esta habría de tener lugar en la orientación
adecuada. En ambos casos, tanto para determinar su posición y velocidad
así como su orientación de forma autónoma, la tripulación podía valerse
de unas compañeras que estarían con ellos durante todo el viaje: las
estrellas.
Las estrellas durante las misiones Apolo eran la referencia fija,
técnicamente llamada ‘inercial’, a la que la tripulación siempre podía
recurrir para determinar dónde se encontraban y con qué orientación
volaban. Haciendo uso de diversos algoritmos geométricos, la computadora
de a bordo podía determinar los parámetros de su navegación comparando
las observaciones estelares que hiciera la tripulación a través del
sextante, instalado en el módulo de mando, con el catálogo estelar
alojado en la memoria.
Las cartas estelares usadas en las misiones Apolo contenían numerosas
estrellas y cuerpos planetarios para facilitar a la tripulación la
identificación en el cielo de los elementos con las que operaba la
computadora. El catálogo estelar contenido en la computadora estaba
compuesto de treinta y siete elementos y había sido cuidadosamente
definido para que la distribución de sus estrellas en el cielo siempre
permitiera que la tripulación pudiera encontrar el número suficiente de
ellas en cualquier orientación y condición de vuelo a lo largo de cada
misión. Una de las estrellas del catálogo era el mismo Sol, pero el
catálogo, además, contaba con dos cuerpos que no eran estrellas: la
Tierra y la Luna, cuyos horizontes iluminados eran usados para medir con
el sextante la distancia angular entre ellos y ciertas estrellas del
catálogo con el objeto de conocer la posición de la nave entre los dos
mundos.
Pero, a pesar de incluir planetas, el catálogo era igualmente llamado
estelar; una simplificación humana intrascendente para una computadora
que reconocía a sus elementos con códigos octales que hacían irrelevante
el que los seres humanos les asignaran nombres arbitrarios como Luna o
Sirio, así como le era irrelevante que a tres de sus códigos referidos a
estrellas, los seres humanos les hubieran otorgado nombres que ni
siquiera eran de estrellas, y mucho menos que fueran sentimientos
humanos los que originaron esos nombres o que fuera también a causa de
sentimientos humanos por los que se retuvieron.
Tres de las estrellas más débiles del catálogo, las que ocupaban las posiciones tres, diecisiete y veinte, eran Gamma Casiopeiae, Gamma Velorum e Iota Ursae Majoris, pero nadie las llamaba así, ni siquiera lo hacían por sus nombres tradicionales, apenas conocidos, Tsih, Suhail y Talitha,
como habrían llamado según algunas fuentes los antiguos astrónomos
chinos a la primera y los árabes a las dos últimas, sino que se referían
a ellas como Navi, Regor y Dnoces.
Todo empezó con una broma. Gus Grissom, quien estaba designado para
comandar la primera misión tripulada de una nave Apolo, y los otros dos
miembros de su tripulación, Edward White y Roger Chaffee, incluyeron
subrepticiamente aquellos nombres en las cartas estelares utilizadas
durante sus entrenamientos en el Planetario Morehead, en Carolina de
Norte, donde recibían la formación necesaria para reconocer las
estrellas y constelaciones que serían su referente en la navegación
estelar durante la misión que iban a tripular, la AS-204, llamada a ser
la primera misión tripulada del programa Apolo, que a título póstumo fue
bautizada como Apolo 1.
Aquellas extravagantes denominaciones no eran sino partes de sus nombres completos deletreados en orden inverso: Navi por Ivan, en Virgil Ivan Grissom -a quien se conocía simplemente como Gus-, Regor por Roger, en Roger Bruce Chaffee, y Dnoces por Second, en Edward Higgins White II (the second). Como conté en la entrada anterior,
el 27 de enero de 1967, los tres astronautas murieron a causa de un
incendio en el interior de su cápsula durante un ensayo en tierra cuando
apenas faltaban tres semanas para su lanzamiento. Después de sus
muertes, nadie quiso retirar de las cartas y catálogos estelares
aquellos nombres que a tres estrellas les habían dado sus compañeros en
vida.
Todas las tripulaciones de las misiones Apolo podían reconocer en el
cielo oscuro que los rodeaba a sus luminosos habitantes y distinguir sus
constelaciones, esos patrones arbitrarios con los que otros hombres en
la antigüedad dieron forma a los dioses, semidioses y héroes de su
tiempo y que fueron el vínculo con los que cientos o miles de años
después navegaron guiados a su albur a otro mundo. Para cualquier misión
Apolo, las estrellas fueron la gracia cósmica que los traería a casa,
su ovillo de Ariadna en un cielo liso y oscuro que, por invariable, de
no haber poseído esos puntos brillantes habría sido igual de traidor que
para Teseo lo era un laberinto cambiante e impredecible. Después de
haber perdido a la tripulación del Apolo 1, los catálogos y cartas
estelares con que contaron todas las misiones Apolo retuvieron en su
honor aquellas tres estrellas con aquellos nombres al revés con los que
Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee bromearon en vida, como una
moderna constelación para héroes que ahora pertenecían a nuestro tiempo.
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