Podemos imaginar toda actividad del aprendizaje como una aventura inolvidable,
y a los aprendices de conocimiento como personas que se preparan para
un viaje apasionante y extraordinario, que les llevará a transitar por
senderos, a lo mejor nunca hollados anteriormente, a pasar experiencias
novedosas y placenteras y conocer lugares, paisajes y ámbitos totalmente
diferentes a los conocidos previamente.
Iniciemos, pues, nuestra singladura. Vayamos al puerto a embarcarnos
en la nave marinera que nos conducirá hasta tierras inexploradas e
ignotas, mágicas y exóticas. ¡La pleamar está en su punto álgido! ¡Es la
hora de partir!
La reflexión que se engolfa en los piélagos de lo desconocido boga
por aguas inexploradas. La hoja de ruta del conocimiento señala
travesÃas ya realizadas pero que, a menudo, son inservibles para su
aplicación en lo ignoto; la sonda de la historia evita encallar
en lugares improductivos y el catalejo de sus lecciones amplifica y
acerca horizontes de posibilidad. Las velas de la inquietud,
henchidas con el viento de la curiosidad, posibilitan acelerar la
singladura y no estancarse en tópicos, inconsciencias y rutinarias
repeticiones. El timón, que pone proa a lo desconocido, ha de tener en
cuenta las corrientes alisias de la inercia. Servirse de su impulso y no
caer en su influjo improductivo es tarea de la pericia del gobernador
de la nave; aprovecharse de la dinámica en la que nos sume y
sublimar los derroteros establecidos para arribar a nuevos puertos
requiere remar con perseverancia, esfuerzo y buenas maneras, que todos
los argumentos complementarios ocupen sus posiciones en el barco y se
coordinen y vinculen a la perfección. En el puesto de vigÃa, el
Rodrigo de Triana de la atención avistará la tierra firme de un nuevo
mundo si, y solo si, hay disciplina interna, ideas eficaces previas,
generalidad de proposiciones abarcadoras y una sed de aprendizaje constante.
Imaginemos, por tanto, que hemos seguido los pasos adecuados para
aprender a conocer. Que nuestra singladura ha sido exitosa y que hemos
arribado a un nuevo territorio totalmente desconocido e inhóspito.
Bajamos hasta la playa, y nos adentramos en la espesura del bosque. A
poco camino recorrido vemos un alcázar bien fortificado. ¿Qué podemos
hacer, entonces, con semejante gigante?
Empezar por asediar las murallas de la idea,
establecer un cerco continuado de manos de la perseverancia, derribar
sus almenas con inquisiciones, inquietud y curiosidad, y una vez cedan a
nuestro empuje pujante, entrar hasta su tuétano mismo, traspasar la
barrera que la defensa nos impone y colocar la consciencia dentro de su
nuclear enjundia, recrearse en ello, sacar el provecho en forma de
nuevos contenidos de conocimiento. Conquistar, en definitiva, el cogollo pleno del sentido que la idea nos propone, sugerente.
Es la perÃfrasis de la idea: gira la reflexión alrededor de un mismo
propósito y no descansa hasta visualizarla desde un millar de
perspectivas diferentes. La actitud dinámica del aprendizaje,
los circunloquios que fructifican en conclusiones provechosas, henchidos
de contenidos, requieren despojarse de prejuicios inveterados e
inconscientes, poner a prueba nuestra paciencia con ambages y trayectos
no explorados anteriormente, empaparse de la miel de los contenidos
descubiertos y libar de nuevo en la flor de la vida para
progresar en el descubrimiento de una primavera insólita, de dar
significado nuevo a la incertidumbre de las cosas y de la vida humana.
El conocimiento contiene las razones de sà mismo, al igual que la
conducta es una acción deliberada que también da cuenta de sà misma,
porque siempre hay alguien responsable de los juicios de la acción.
Es la apasionante tarea del aprender una aventura completamente insólita, inaudita, extraordinaria.
Engolfémonos en ella y saquemos provecho ahora y siempre de sus
contenidos. Porque aprendiendo somos más felices y conseguimos un mayor
bienestar.
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